Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), escritor de prestigio excepcional, recupera en esta obra una visión, posiblemente paradigmática, de la ciudad de la ciudad de Nueva York. Trilogía de Nueva York está formada por tres novelas cortas: "La ciudad de vidrio", "Fantasmas" y "La habitación cerrada". La lectura de estas novelas no tiene nada de independiente. Hay una hilo conductor que las aglutina de tal manera que el conjunto de ellas resulta un todo. Podríamos hablar de un conglomerado de historias donde la ciudad de Nueva York es el testimonio de la pérdida de identidad de los protagonistas de todas ellas, que, al fin y al cabo, son un mismo protagonista. Sin duda, la ciudad de los más retratada de la historia contemporánea es la gran protagonista; Nueva York y sus habitantes que necesitan de las calles de Manhattan, del paisaje visto desde el Puente de Brooklyn..., para poder recuperar la identidad perdida en el fondo de sí mismos, de sus historias particulares y anodinas.
Tal y como nos dice el autor en "La habitación cerrada": "Estas tres historias son al final la misma historia, pero cada una representa un estadio diferente en el proceso para llegar a entender de qué trata todo en su conjunto". Son, pues, diferentes visiones de una misma problemática: el vacío existencial, la pérdida de identidad..., y el proceso, inevitable de intentar recuperarse a uno mismo. Partiendo de la estructura típica de una novela detectivesca, enfrenta al hombre al espejo y así reflejar en él la propia conciencia.
Paul Auster, con un estilo elegante, dibuja un complejo mapa de identidades hasta el punto de intentar encontrarse dentro de la propia obra. En un juego de intertextualidades, desafiando incluso la ficción novelesca, juega con nosotros, los lectores, creándose un personaje de sí mismo ("La ciudad de vidrio"), en un claro guiño de ojo al clásico novelista Miguel de Cervantes y su Quijote.
Por tanto, la ficción novelística que nos presenta es, sin duda, eco de nosotros, porque cuando leemos el libro sentimos, de la misma manera que o perciben los personajes, la sensación de soledad, de pérdida y de indefensión causada por unos ojos que nos siguen. Al fin y al cabo, podríamos afirmar que las historias son una persecución, un intento de ver la vida e, incluso, de leerla. Este motivo de la persecución de uno mismo es el leitmotive que da forma al engranaje de la obra. Así, pues, como observadores entramos en el mismo juego dual al ser observados; un laberinto de miradas que tejen la existencia humana.