miércoles, 1 de agosto de 2012

LA UTOPÍA DE LA HUIDA. 
PETER HANDKE, Carta breve para un largo adiós.



Desplazarse por encima de la tierra, cuando sientes que despegas por encima de ti mismo, es lo que se dice un viaje constructivo. Los viajes implican un cambio soberano de uno mismo, si lo que pretendes es huir de una situación que te encadena a un trozo de tierra que no te deja avanzar. Conseguir arrancarte esos grilletes de los tobillos y hacerte valer en un cambio trascendental no es simplemente un tópico, es una necesidad. Los viajes, pues -y si son en soledad más todavía- reconcentran ese pasado en tu memoria para reconstruirlo y ordenar los pensamientos que muchas veces, por desordenados y caóticos, nos sumergen en la melancolía, en la tristeza y en la inmovilidad.
La historia de la literatura está llena de viajes, de recorridos interiores y exteriores que se confluyen en una misma cosa. Y no hablamos sólo de los típicos libros de viajes, sino de aquellos que, con esa excusa, nos adentran en lo más profundo de la personalidad del ser humano. Porque lo básico para entender el descubrimiento de uno mismo es darse cuenta de la relación subjetiva que existe entre el individuo y la realidad, y como esa relación es una mediación para alcanzar el conocimiento.
Esta idea la ilustra un texto Peter Handke (1942), titulado Carta breve para un largo adiós (1972). A partir de un narrador interno protagonista, se nos relata el viaje de un joven escritor austríaco a los Estados Unidos, perseguido por su mujer y por su experiencia vivida. Durante el viaje, van apareciendo recuerdos angustiosos del pasado que van reconstruyendo la nueva mirada interior del protagonista con respecto a la realidad. Gracias a la lectura, a la compañía de una vieja amiga con su hija y a su enfrentamiento con una realidad nueva descubre un nuevo concepto de sí mismo para reinterpretar la realidad.  
A partir de esta novela de formación, descubrimos la necesidad de búsqueda de un lenguaje propio y de una mirada personal ante la realidad para poder interpretarla. En ese intento por encontrar ese lenguaje y esa mirada que dé forma a la realidad, previamente se ha de destruir aquello que nos caracterizaba previamente. De ahí que el viaje se convierta en huida. Esta huida es, sin duda, un intento por superar todos los moldes que prefiguran nuestra experiencia; moldes –o grilletes- que nos impiden tener nuestras visiones personales y subjetivas. De ahí que el personaje escape de aquello impuesto y prefijado.
En nuestra vida cotidiana, ¿vemos el lugar o las diferentes representaciones que se nos han impuesto previamente? ¿Hay algún momento que no esté prefigurado en una imagen ya vista, sean recuerdos o visiones? ¿Conocemos o reconocemos la realidad? Carta breve para un largo adiós nos insiste en la idea de cambio en la manera de mirar para huir del automatismo en el que nuestra percepción se ve encorsetada. El protagonista busca convertirse en otro en un intento de transformación de su identidad. En un espacio que no es el propio, lejos de las instancias que supuestamente estabilizan su identidad –un lugar con un idioma diferente, lejos de su familia, de sus amigos-, muestra la evolución del individuo y el intento por recuperar cierta mirada infantil para entender y entendernos.
Librarse, pues, de cierto automatismo impuesto y abrir la posibilidad de la experiencia propia sólo es posible arrancándonos de la realidad cotidiana que nos rodea. Pero, ¿es viable huir o simplemente es una utopía?

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