PETER HANDKE, Carta breve para un largo adiós.
Desplazarse
por encima de la tierra, cuando sientes que despegas por encima de ti mismo, es
lo que se dice un viaje constructivo. Los viajes implican un cambio soberano de
uno mismo, si lo que pretendes es huir de una situación que te encadena a un
trozo de tierra que no te deja avanzar. Conseguir arrancarte esos grilletes de
los tobillos y hacerte valer en un cambio trascendental no es simplemente un
tópico, es una necesidad. Los viajes, pues -y si son en soledad más todavía-
reconcentran ese pasado en tu memoria para reconstruirlo y ordenar los
pensamientos que muchas veces, por desordenados y caóticos, nos sumergen en la
melancolía, en la tristeza y en la inmovilidad.
La
historia de la literatura está llena de viajes, de recorridos interiores y
exteriores que se confluyen en una misma cosa. Y no hablamos sólo de los típicos
libros de viajes, sino de aquellos que, con esa excusa, nos adentran en lo más
profundo de la personalidad del ser humano. Porque lo básico para entender el
descubrimiento de uno mismo es darse cuenta de la relación subjetiva que existe
entre el individuo y la realidad, y como esa relación es una mediación para
alcanzar el conocimiento.
Esta
idea la ilustra un texto Peter Handke (1942), titulado Carta breve para un largo adiós (1972). A partir de un narrador
interno protagonista, se nos relata el viaje de un joven escritor austríaco a
los Estados Unidos, perseguido por su mujer y por su experiencia vivida. Durante el
viaje, van apareciendo recuerdos angustiosos del pasado que van reconstruyendo
la nueva mirada interior del protagonista con respecto a la realidad. Gracias a
la lectura, a la compañía de una vieja amiga con su hija y a su enfrentamiento
con una realidad nueva descubre un nuevo concepto de sí mismo para reinterpretar
la realidad.
A partir
de esta novela de formación, descubrimos la necesidad de búsqueda de un
lenguaje propio y de una mirada personal ante la realidad para poder
interpretarla. En ese intento por encontrar ese lenguaje y esa mirada que dé
forma a la realidad, previamente se ha de destruir aquello que nos caracterizaba
previamente. De ahí que el viaje se convierta en huida. Esta huida es, sin
duda, un intento por superar todos los moldes que prefiguran nuestra
experiencia; moldes –o grilletes- que nos impiden tener nuestras visiones
personales y subjetivas. De ahí que el personaje escape de aquello impuesto y
prefijado.
En
nuestra vida cotidiana, ¿vemos el lugar o las diferentes representaciones que
se nos han impuesto previamente? ¿Hay algún momento que no esté prefigurado en
una imagen ya vista, sean recuerdos o visiones? ¿Conocemos o reconocemos la
realidad? Carta breve para un largo adiós
nos insiste en la idea de cambio en la manera de mirar para huir del
automatismo en el que nuestra percepción se ve encorsetada. El protagonista
busca convertirse en otro en un intento de transformación de su identidad. En un
espacio que no es el propio, lejos de las instancias que supuestamente estabilizan
su identidad –un lugar con un idioma diferente, lejos de su familia, de sus
amigos-, muestra la evolución del individuo y el intento por recuperar cierta
mirada infantil para entender y entendernos.
Librarse, pues, de
cierto automatismo impuesto y abrir la posibilidad de la experiencia propia
sólo es posible arrancándonos de la realidad cotidiana que nos rodea. Pero, ¿es
viable huir o simplemente es una utopía?
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