La
Biblia es un impresionante mosaico de
historias que ayudan a comprender y a comprendernos a nosotros mismos. Nos
vemos, pues, reflejados como en un espejo. Por ello, hemos de reconocer que
somos verdaderamente hijos de una tradición, la tradición bíblica.
Y
hablamos de mito porque tenemos relatos con una marcada estructura que sugiere
diversas interpretaciones desde un punto de vista religioso, ideológico y
antropológico. Cada historia, que esta gran recopilación nos muestra, es un
reflejo de la existencia humana, con un recorrido histórico determinado y bajo
el marco de un pueblo concreto. La perspectiva caleidoscópica que nos da de la
historia humana tiene claros ecos en nuestra propia cultura; cultura que ha
bebido y se ha nutrido de las voces del pasado que todavía siguen sonando. Sin
dejar de pensar en lo que significa religiosa e ideológicamente la Biblia para la configuración de las
religiones, esta ha embestido fuertemente en el pensamiento literario y
cultural de las épocas posteriores. Porque el mito puede admitir múltiples
interpretaciones, y la gracia de la Biblia
es el enriquecimiento que esto supone para seguir preguntándonos sobre nosotros
mismos.
Del
carácter no cerrado de la historia, tenemos la posibilidad de la adaptación, es
decir, lo que llamamos “pequeñas brechas del mito”. La Biblia no nos da una explicación exacta de las cosas, nos deja las
historias abiertas para que de ella la imaginación humana pueda volar entre las
diferentes preguntas y respuestas que puedan surgir para albergar la posibilidad
última de hallar el punto exacto para comprender nuestra propia existencia. El
mito de Caín y Abel, con una gran repercusión posterior en la cultura, presenta
en sí una estructura ingenuamente descrita, y esto demuestra que los mitos no
son esquemas narrativos cerrados, sino ambiguos y con múltiples
interpretaciones y lecturas. En una historia, hay una serie de causas y efectos
con interrogantes para incentivar la atención. De ahí que sea importante que se
cumpla la lógica de la narración propia de los mitos arcaicos para nutrir una
historia que se irá engrosando con el paso del tiempo.
Los
puntos de fuga que presentan los mitos admiten, por ello, todas las
adaptaciones; la importancia estriba en cómo han repercutido esas mínimas
historias en nuestras lecturas actuales. Las diferentes desviaciones
hermenéuticas son los cambios posibles que se devienen. La recepción de una
obra es diversa dependiendo de la época, y de ahí que hablemos de las diversas
acumulaciones de las versiones del mito. Por ejemplo, el mito de Caín y Abel se
puede interpretar desde el original bíblico, pero también, a lo largo de las
diferentes lecturas que diacrónicamente se han sucedido, podemos comprobar cómo
se ha ido ensanchando la historia y se ha ido adaptando a cada época y lugar. Abel Sánchez no se podría leer, por
ejemplo, sin tener en cuenta no sólo el relato bíblico, sino también el Caín de Lord Byron, entre otros. En la
propia novela, se menciona estos dos relatos:
“En esto estoy ahora.
No acierto a dar con la expresión, con el alma de Abel. Porque quiero pintarle
antes de morir, derribado en tierra y herido de muerte por su hermano. Aquí
tengo el Génesis y el Caín de Lord Byron.”[1]
De
ahí la importancia y repercusión de las historias bíblicas. No sólo han
fomentado unas instrucciones ideológicas y religiosas que sostienen, en la
mayoría de los casos –ya por aceptación o por negación- una cultura, sino
también ha enriquecido todo un panorama literario y cultural gracias a la
aportación de temas, arquetipos y motivos religiosos e ideológicos de los que
la Biblia está llena.
Si
nos miramos uno a uno por dentro, como hacía Unamuno en todos sus escritos, una
sombra bíblica nos sostiene. Para este escritor, catedrático de griego en la
Universidad de Salamanca, la Biblia
supuso un fondo innegable de cuestiones para enriquecer sus obras, pero, ante
todo, para enriquecerse a sí mismo, porque sus obras nunca se entenderán si
antes no nos hemos adentrado en la profundidad del alma atormentada unamuniana.
Rodrigo Serra Cano comenta en un artículo que “la Biblia fue el libro de cabecera de Unamuno, lo único que da
continuidad a su vida y a su obra. Pero al decir Biblia hemos de entender preferentemente el Antiguo Testamento. (…)
Casi todas sus obras está tramadas con personajes, pasajes y escenas bíblicas
sacadas del Antiguo Testamento y que recrea dando lugar muchas veces la
sensación de que intenta modernizar de modo personalísimo un género tan antiguo
como el midrás.”[2]
Sin
duda alguna, estamos ante una obra, Abel
Sánchez, que es fruto del relato del primer asesinato entre los primeros
hombres. Este es un gran motivo, y Unamuno lo vio así, para adentrarse en el
fondo del hombre, hurgar en el dolor de la conciencia y la lucha agónica que lo
sustenta.
LIDIA RECUENCO HITA