En
Bécquer se prefigura la imagen del poeta reflexivo, es decir, aquel
poeta que conjuga la reflexión –claro indicio en las Cartas literarias a una mujer- con la creación. Las Cartas literarias, de claro tono
coloquial, muy ajustado al estilo epistolar, forman un todo coherente entre sí
y con respecto a la creación poética. Por tanto, vemos claramente esbozada la
correspondencia con las Rimas.
Bécquer
parte del equilibrio entre la “pasión” y la “inteligencia”, mediante una
elaboración consciente. Se plantea qué es la poesía para llegar a la conclusión
de que es la sustancia inicial, el elemento que es inherente a la belleza y a
la mujer. Reafirma una existencia objetiva de la poesía independiente al poeta.
Y por ello habla de los tres grandes centros de confluencia de la poesía: el
mundo de lo sensible, lo misterioso y el mundo del sentimiento. En este último,
planteará el desacuerdo entre sentimiento y razón; un desacuerdo de polos
opuestos pero, como tales, se atraen –esta idea primará en poetas posteriores
como Miguel de Unamuno o Antonio Machado-.
Plantea
la insuficiencia del lenguaje poético, idea que nos recuerda a la concepción
del lenguaje de los místicos al considerar el mundo de la expresión como algo
inefable. Las palabras presentan una dimensión simbólica. A partir de ahí,
traza la reflexión sobre de qué manera el poeta hace suya la poesía, aquella
esencia que en un principio plantea una existencia objetiva e independiente.
Habla del tono de autenticidad y la característica de contención de la poesía.
En sus poemas, y de hecho en cualquier poesía, no ha de haber retórica
alambicada y sí un fuerte poder de sugerencia. Así, y partiendo de este punto,
Bécquer iniciará un proceso de depuración del lenguaje poético. En contraste
con Espronceda, amansa el lenguaje, convirtiéndolo en expresión cadente de una
sensibilidad interior. Espronceda hace del lenguaje el grito interno, sincero,
de un “yo” con la fuerza estentórea y rotunda de la palabra. En Bécquer hay el
suave aleteo de la musas, en contraposición al coraje hacho palabra y grito.
Esta
poética no sólo se puede apreciar en las Rimas,
sino también en su prosa. Bécquer contribuirá a la prosa poética con la
leyenda. Veremos, pues, que la prosa y la poesía son complementarias en el mundo poético becqueriano.
Las
leyendas son el resultado de la conjunción de un cierto gusto por el
historicismo, el nacionalismo y un interés por las tradiciones populares. Vemos
que Bécquer entronca claramente con el Romanticismo. En la época, se aprecia un
extenso cultivo de la leyenda, pero hay un mayor interés por la leyenda
versificada –Espronceda, por ejemplo- que nutren los romances históricos del
Duque de Rivas y las leyendas de Zorrilla. El término “balada” aplicado a la
prosa (y al verso) será un cauce de imitación de leyendas populares. Alrededor
de 1850, las leyendas (en general, en todo el Romanticismo) habían entrado en
fase de decadencia, a pesar de que las composiciones seguían siendo del gusto
del público. En este contexto, se abre paso el costumbrismo y Campoamor inicia
un nuevo rumbo. Es cuando Bécquer comienza a publicar sus primeras leyendas.
Son
un total de 16 leyendas, y se comprenden entre 1858, con la publicación de El caudillo de las manos rojas, y la
última en 1864, con La rosa de la pasión.
Transcurren seis años, los mejores de Bécquer. Ha logrado superar sus primeros
años de marginalidad; vive en Madrid, con cierta estabilidad, e inicia las
colaboraciones con El Contemporáneo.
Vemos, pues, ese componente de supervivencia, muy típico en el escritor del XIX
–e incluso en época actual-, que ha de escribir en un periódico para subsistir
y suplantar el trabajo como creador. Vemos, pues, la vinculación de la
producción becqueriano con el periodismo.
Salvo
El caudillo de las manos rojas, las
demás leyendas siguen unas convenciones temáticas que se ajustan a los tratados
de Zorrilla. Todas se publican en El
Contemporáneo, exceptuando El gnomo,
La promesa, El beso, La corza blanca, que lo hicieron en el periódico La América. Podemos encontrar una
coincidencia entre la ubicación temporal y la fecha publicada: El monte de las ánimas, después del día
de Difuntos; Maese Pérez, el organista,
después del día de Navidad. Vemos que
Bécquer se acomoda a las técnicas y formas periodísticas y, por tanto, al
pueblo y a los gustos y motivaciones del momento. Claras razones, pues, de
orden sociológico y clara presión de la prensa sobre el escritor.
El caudillo de las
manos rojas (1858) es una leyenda escrita de manera
espontánea, sin tener en cuenta las características de una publicación
determinada. Leyenda extensa y de tema exótico, dado su marcado léxico
oriental. Probablemente, esta leyenda chocara con los gustos de los lectores
burgueses del momento. En la gran mayoría de las leyendas no siguió estas
pautas, sino que buscó la sintonía entre los gustos del público y los temas de
sus relatos. La mayoría son de tema medieval, vinculados a la tradición y al
folklore. Bécquer hace el esfuerzo por adaptarlos a los gustos de la época y
entrar, así, en la órbita literaria que contribuyó a crear Zorrilla y el Duque
de Rivas.
La
temática de la leyenda, en general, tendía a imitar los relatos folklóricos.
Eran vagamente históricas y se producía una vinculación con un lugar o un
monumento, testimonio material de las leyendas. Estas pueden recurrir a la
historia, pero tienen grandes elementos no veraces, como por ejemplo la
intervención de elementos sobrenaturales de raíz cristiana.
Formalmente,
las leyendas presentan no pocas innovaciones, y no todas son de origen
exclusivamente literario, sino derivadas de la prensa y del receptor. Van
dirigidas a un lector amplio y menos culto. La leyenda dirigida a un público
selecto, preparado, era aquella que se editaba en libros o se recitaba en
cernáculos determinados. Eran las leyendas del Duque de Rivas o de Zorrilla. El
cuento legendario, vinculado a la leyenda, se difundió en publicaciones
periódicas de carácter literario, publicaciones más instruidas, como el Semanario Pintoresco Español. La leyenda
becqueriana invade las secciones de “Variedades” de los periódicos políticos,
una página literaria y lúdica. En la época de su publicación, Bécquer nutre una
línea periodística en la que tenía importancia las leyendas, las cuales van a
tener un papel destacado sobre un público no preparado. Esto obliga a Bécquer a
adaptar la leyenda:
- ha de ser un relato más entretenido;
- ha de abandonar el verso a favor de la prosa;
- ha de reducir la extensión;
- ha de simplificar la trama.
¿Qué
ocurre con los temas? Se producen reajustes. Los argumentos han de ser más
verosímiles, aunque se adopte elementos fantásticos. Lo hace, no obstante, de
una manera más realista. Bécquer hace verosímil lo fantástico en las leyendas
más tradicionales (vid. Todorov, Ensayo
de literatura fantástica), y es quien consigue adaptar mejor el género a
estos propósitos, sin perder por ello la autenticidad. La leyenda es vehículo
por el que aflora su atormentada subjetividad, con lo cual las leyendas cobran
fuerza expresiva y existencial, semejante a las rimas. En algunos casos, como
en El Cristo de la calavera, La cueva de
la mora, La promesa o La rosa de
pasión, falla esta nota de autenticidad, porque Bécquer se conforma con una
mera construcción histórica sin aportar nada de su propia originalidad, su
subjetividad. El hecho de haber sabido dotar a los temas fantásticos de un
tratado realista creíble lo aleja de lo que sería el cuento de hadas, salvo El gnomo. La leyenda pierde su carácter
de ficción inocua y se aproxima a la literatura de terror, puesto que en las
leyendas becquerianas podríamos hablar de cierto realismo de lo fantástico;
logra conmover al lector y lo hace entrar en el terreno de la duda, la
ambigüedad, que según Todorov, es la característica principal del relato
fantástico. En Bécquer, el tratamiento de lo fantástico es plenamente moderno,
mucho más próximo a la sensibilidad de Edgar Allan Poe que a la de Zorrilla.
Este último seguirá el Romanticismo más convencional, alejado de nuestra
sensibilidad; Bécquer nos resulta más próximo, dada su mirada que nos continúa
impresionando.
Bécquer
abandona tradicionalmente el ámbito de lo maravilloso para situarse en lo
fantástico –según Todorov, “es la oscilación entre lo real y lo sobrenatural”-.
Supo adaptarlo; se da cuenta, en ese momento, que el Romanticismo exaltado ya
no tiene credibilidad entre el público, y lo plantea mediante una visión
escéptica e irónica. Se sitúa en un tiempo que ya da cabida a una nueva
estética. Es de destacar como da a la Edad Media un contorno menos mítico, más
cercano. Así, a pesar de estar ambientadas en época medieval, presentan
problemas existenciales cercanos al hombre del XIX. Con ello, da a las leyendas
plena contemporaneidad.
La
primera edición de las Leyendas se
ubica en pleno período realista (1871, Leyendas;
1870, Discurso de Galdós). Bécquer debió intuir estos cambios, y cuando aparece
la primera edición –preparada por Rodríguez Correa-, irrumpen de lleno
mezcladas con obras de estilo realista. El crítico se esfuerza por acomodar el
texto al marchamo de la época, y lo denomina “realismo ideal”, es decir, las
leyendas entrañan la idea de verdad bajo el trasfondo fantástico, pues siempre
palpita un hecho real.
La
obra de Bécquer fue leída por unos lectores que poseían una sensibilidad
alejada de la típicamente romántica. Esto da lugar a que el autor acabará
considerado como un escritor de transición entre dos sensibilidades. Es el
ejemplo vital, pues, del Romanticismo que pervive en el Realismo.
LIDIA RECUENCO HITA
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