miércoles, 10 de julio de 2013

EL "REALISMO IDEAL" EN LAS LEYENDAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

En Bécquer se prefigura la imagen del poeta reflexivo, es decir, aquel poeta que conjuga la reflexión –claro indicio en las Cartas literarias a una mujer- con la creación. Las Cartas literarias, de claro tono coloquial, muy ajustado al estilo epistolar, forman un todo coherente entre sí y con respecto a la creación poética. Por tanto, vemos claramente esbozada la correspondencia con las Rimas.
Bécquer parte del equilibrio entre la “pasión” y la “inteligencia”, mediante una elaboración consciente. Se plantea qué es la poesía para llegar a la conclusión de que es la sustancia inicial, el elemento que es inherente a la belleza y a la mujer. Reafirma una existencia objetiva de la poesía independiente al poeta. Y por ello habla de los tres grandes centros de confluencia de la poesía: el mundo de lo sensible, lo misterioso y el mundo del sentimiento. En este último, planteará el desacuerdo entre sentimiento y razón; un desacuerdo de polos opuestos pero, como tales, se atraen –esta idea primará en poetas posteriores como Miguel de Unamuno o Antonio Machado-.
Plantea la insuficiencia del lenguaje poético, idea que nos recuerda a la concepción del lenguaje de los místicos al considerar el mundo de la expresión como algo inefable. Las palabras presentan una dimensión simbólica. A partir de ahí, traza la reflexión sobre de qué manera el poeta hace suya la poesía, aquella esencia que en un principio plantea una existencia objetiva e independiente. Habla del tono de autenticidad y la característica de contención de la poesía. En sus poemas, y de hecho en cualquier poesía, no ha de haber retórica alambicada y sí un fuerte poder de sugerencia. Así, y partiendo de este punto, Bécquer iniciará un proceso de depuración del lenguaje poético. En contraste con Espronceda, amansa el lenguaje, convirtiéndolo en expresión cadente de una sensibilidad interior. Espronceda hace del lenguaje el grito interno, sincero, de un “yo” con la fuerza estentórea y rotunda de la palabra. En Bécquer hay el suave aleteo de la musas, en contraposición al coraje hacho palabra y grito.
Esta poética no sólo se puede apreciar en las Rimas, sino también en su prosa. Bécquer contribuirá a la prosa poética con la leyenda. Veremos, pues, que la prosa y la poesía son complementarias en el mundo poético becqueriano.
Las leyendas son el resultado de la conjunción de un cierto gusto por el historicismo, el nacionalismo y un interés por las tradiciones populares. Vemos que Bécquer entronca claramente con el Romanticismo. En la época, se aprecia un extenso cultivo de la leyenda, pero hay un mayor interés por la leyenda versificada –Espronceda, por ejemplo- que nutren los romances históricos del Duque de Rivas y las leyendas de Zorrilla. El término “balada” aplicado a la prosa (y al verso) será un cauce de imitación de leyendas populares. Alrededor de 1850, las leyendas (en general, en todo el Romanticismo) habían entrado en fase de decadencia, a pesar de que las composiciones seguían siendo del gusto del público. En este contexto, se abre paso el costumbrismo y Campoamor inicia un nuevo rumbo. Es cuando Bécquer comienza a publicar sus primeras leyendas.
Son un total de 16 leyendas, y se comprenden entre 1858, con la publicación de El caudillo de las manos rojas, y la última en 1864, con La rosa de la pasión. Transcurren seis años, los mejores de Bécquer. Ha logrado superar sus primeros años de marginalidad; vive en Madrid, con cierta estabilidad, e inicia las colaboraciones con El Contemporáneo. Vemos, pues, ese componente de supervivencia, muy típico en el escritor del XIX –e incluso en época actual-, que ha de escribir en un periódico para subsistir y suplantar el trabajo como creador. Vemos, pues, la vinculación de la producción becqueriano con el periodismo.
Salvo El caudillo de las manos rojas, las demás leyendas siguen unas convenciones temáticas que se ajustan a los tratados de Zorrilla. Todas se publican en El Contemporáneo, exceptuando El gnomo, La promesa, El beso, La corza blanca, que lo hicieron en el periódico La América. Podemos encontrar una coincidencia entre la ubicación temporal y la fecha publicada: El monte de las ánimas, después del día de Difuntos; Maese Pérez, el organista, después del día de Navidad. Vemos que Bécquer se acomoda a las técnicas y formas periodísticas y, por tanto, al pueblo y a los gustos y motivaciones del momento. Claras razones, pues, de orden sociológico y clara presión de la prensa sobre el escritor.
El caudillo de las manos rojas (1858) es una leyenda escrita de manera espontánea, sin tener en cuenta las características de una publicación determinada. Leyenda extensa y de tema exótico, dado su marcado léxico oriental. Probablemente, esta leyenda chocara con los gustos de los lectores burgueses del momento. En la gran mayoría de las leyendas no siguió estas pautas, sino que buscó la sintonía entre los gustos del público y los temas de sus relatos. La mayoría son de tema medieval, vinculados a la tradición y al folklore. Bécquer hace el esfuerzo por adaptarlos a los gustos de la época y entrar, así, en la órbita literaria que contribuyó a crear Zorrilla y el Duque de Rivas.
La temática de la leyenda, en general, tendía a imitar los relatos folklóricos. Eran vagamente históricas y se producía una vinculación con un lugar o un monumento, testimonio material de las leyendas. Estas pueden recurrir a la historia, pero tienen grandes elementos no veraces, como por ejemplo la intervención de elementos sobrenaturales de raíz cristiana.
Formalmente, las leyendas presentan no pocas innovaciones, y no todas son de origen exclusivamente literario, sino derivadas de la prensa y del receptor. Van dirigidas a un lector amplio y menos culto. La leyenda dirigida a un público selecto, preparado, era aquella que se editaba en libros o se recitaba en cernáculos determinados. Eran las leyendas del Duque de Rivas o de Zorrilla. El cuento legendario, vinculado a la leyenda, se difundió en publicaciones periódicas de carácter literario, publicaciones más instruidas, como el Semanario Pintoresco Español. La leyenda becqueriana invade las secciones de “Variedades” de los periódicos políticos, una página literaria y lúdica. En la época de su publicación, Bécquer nutre una línea periodística en la que tenía importancia las leyendas, las cuales van a tener un papel destacado sobre un público no preparado. Esto obliga a Bécquer a adaptar la leyenda:
  • ha de ser un relato más entretenido;
  • ha de abandonar el verso a favor de la prosa;
  • ha de reducir la extensión;
  • ha de simplificar la trama.

¿Qué ocurre con los temas? Se producen reajustes. Los argumentos han de ser más verosímiles, aunque se adopte elementos fantásticos. Lo hace, no obstante, de una manera más realista. Bécquer hace verosímil lo fantástico en las leyendas más tradicionales (vid. Todorov, Ensayo de literatura fantástica), y es quien consigue adaptar mejor el género a estos propósitos, sin perder por ello la autenticidad. La leyenda es vehículo por el que aflora su atormentada subjetividad, con lo cual las leyendas cobran fuerza expresiva y existencial, semejante a las rimas. En algunos casos, como en El Cristo de la calavera, La cueva de la mora, La promesa o La rosa de pasión, falla esta nota de autenticidad, porque Bécquer se conforma con una mera construcción histórica sin aportar nada de su propia originalidad, su subjetividad. El hecho de haber sabido dotar a los temas fantásticos de un tratado realista creíble lo aleja de lo que sería el cuento de hadas, salvo El gnomo. La leyenda pierde su carácter de ficción inocua y se aproxima a la literatura de terror, puesto que en las leyendas becquerianas podríamos hablar de cierto realismo de lo fantástico; logra conmover al lector y lo hace entrar en el terreno de la duda, la ambigüedad, que según Todorov, es la característica principal del relato fantástico. En Bécquer, el tratamiento de lo fantástico es plenamente moderno, mucho más próximo a la sensibilidad de Edgar Allan Poe que a la de Zorrilla. Este último seguirá el Romanticismo más convencional, alejado de nuestra sensibilidad; Bécquer nos resulta más próximo, dada su mirada que nos continúa impresionando.
Bécquer abandona tradicionalmente el ámbito de lo maravilloso para situarse en lo fantástico –según Todorov, “es la oscilación entre lo real y lo sobrenatural”-. Supo adaptarlo; se da cuenta, en ese momento, que el Romanticismo exaltado ya no tiene credibilidad entre el público, y lo plantea mediante una visión escéptica e irónica. Se sitúa en un tiempo que ya da cabida a una nueva estética. Es de destacar como da a la Edad Media un contorno menos mítico, más cercano. Así, a pesar de estar ambientadas en época medieval, presentan problemas existenciales cercanos al hombre del XIX. Con ello, da a las leyendas plena contemporaneidad.
La primera edición de las Leyendas se ubica en pleno período realista (1871, Leyendas; 1870, Discurso de Galdós). Bécquer debió intuir estos cambios, y cuando aparece la primera edición –preparada por Rodríguez Correa-, irrumpen de lleno mezcladas con obras de estilo realista. El crítico se esfuerza por acomodar el texto al marchamo de la época, y lo denomina “realismo ideal”, es decir, las leyendas entrañan la idea de verdad bajo el trasfondo fantástico, pues siempre palpita un hecho real.

La obra de Bécquer fue leída por unos lectores que poseían una sensibilidad alejada de la típicamente romántica. Esto da lugar a que el autor acabará considerado como un escritor de transición entre dos sensibilidades. Es el ejemplo vital, pues, del Romanticismo que pervive en el Realismo.
LIDIA RECUENCO HITA

No hay comentarios:

Publicar un comentario