martes, 16 de julio de 2013

RESEÑA A “EL MERCURIO” DE JOSÉ MARÍA GUELBENZU.

José María Guelbenzu publicó en 1968 una de las obras más revolucionarias de la época. El mercurio resulta ser una novela que comienza a cuestionarse los postulados teóricos del “realismo”. Es una obra que crea para sí misma una burbuja, en la cual confluyen no ya nuevos temas, pues esto no es lo que verdaderamente preocupa, sino más bien un análisis calculado de la estructura formal de la narración en relación con la estructura de la conciencia del personaje.
Posiblemente la lectura de esta novela requiera la complicidad de un lector que intente recomponer el caos, el absurdo, de todo aquello que se le está narrando. Adentrarnos en este abismo laberíntico supone el placer de una lectura que nos llevará más allá de la realidad lógica de la vida. Llega un momento en la obra en que el absurdo de la ficción se torna carcajada de la realidad, precisamente cuando se hace confluir al autor con el personaje entre las líneas del relato y el sentido de la historia.
Juventud, cerveza, sexo, la noche de Madrid, etc., invaden toda la novela. La música de jazz, los actores de películas y las reflexiones sobre la literatura aparecen como parte integrante del pensamiento de unos jóvenes, en concreto del escritor Jorge Basco, poseedores de una clara conciencia de crisis. Luchan entre amores y desamores, entre lo normal y lo anormal, para buscar una respuesta en sí mismos.
Es significativo que el personaje central sea un escritor que se plantea renovar la literatura. Es aquí donde hallamos las mejores reflexiones sobre la literatura y el acto de escribir. Hay una dura crítica a la literatura realista, de complacencia con el lector. Innovar es lo que se propone este joven escritor, Jorge Basco, con los relatos intercalados en la novela, relatos que se alejan de una lógica tanto en el planteamiento del asunto como en la manera de romper el discurso de relato.
La novela, escrita en su mayor parte en tercera persona, da paso, constantemente, a la conciencia y a la voz de los personajes con el fin de desvelarnos que vivimos en una realidad fragmentada y condicionada por los sentidos y nuestras percepciones. El estilo se hace eco de esta pretensión al dotar de máxima importancia al hecho de intentar plasmar la reacción directa de los personajes: escritura automática, técnicas elípticas, de sincopación y de collage, monólogo interior, etc. Se trata, pues, de evitar el discurso lógico para crear una “ilógica razonada”, cuya lectura exige un esfuerzo visual y racional; una tentativa de aprehensión simultánea de los diversos elementos del universo del relato. La provocación, en la obra, está servida.
Lo que verdaderamente sorprende es hasta qué punto el lector está dentro de una ficción, de ficción real o de la realidad. Tal vez todo sea mero artificio, y la realidad misma sea comedia de su propio reflejo; tal vez El mercurio sea ficción sobre su propia ficción: “¿Por qué asumo la certeza de su realidad como algo vivo? Bien. Reconocemos la historia, los famosos folios inútiles. Yo estoy sumergido en El mercurio, estoy en verdad escribiéndolo ahora en mi laxitud al sol, cuando bebo, duermo, ando, silbo, estornudo, braceo…”[1]
El mercurio es un reto, un verdadero reto para descifrar el misterio que encierra. La simple historia de este joven en su relación frustrada con Angélica, con los amigos y la integración en el ambiente madrileño, no es más que un pretexto para hacernos pensar sobre lo que verdaderamente está ocurriendo en esta vida absurda e ilógica. El mercurio existe para demostrarnos que no hay una sola forma de narrar tradicional y monolítica, sino que ha de imperar la ruptura y la experimentación con nuestro lenguaje para que evolucione hasta ser el verdadero reflejo de la vida.

LIDIA RECUENCO HITA




[1] J. M. GUELBENZU, El mercurio, Destino, Barcelona, 1993, pp. 237-238.

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