martes, 16 de julio de 2013

UN CUENTO DE ANA MARÍA MOIX

Siempre se ha considerado que el ser humano, lamentable o afortunadamente, está sometido a las reglas de una sociedad, en la cual tiene que vivir y desarrollarse en la medida de sus posibilidades. En “Yo soy tu extraña historia”, de Ana María Moix, se plantea, de una manera más bien jocosa y desenfadada, la historia de un narrador-protagonista instalado en una sociedad ajena a él, pero a la que ha de adaptarse sin más remedio. La autora ha sabido plantear el tema de una estructura social moderna, capaz de absorber al ser humano y sumirlo en un estado de inmovilidad y decrepitud, y lo hace a través de un estilo sencillo, claro, irónico y con rasgos de humor descarnado, humor que no obliga a esbozar una ligera sonrisa ante la contemplación de tan desconcertante e ilógica realidad.

Es clara, pues, la preocupación por un momento de la Historia en el que el hombre ha pasado a ser un engranaje más de la gran fábrica del mundo. Este ser descontextualizado de su mundo mítico, mundo de fantasía y de misterio, intenta sobrevivir e integrarse en la vida moderna, vida cotidiana y aplastante en la medida que nos ata y nos inmoviliza.

Desde el principio de esta carta, el narrador se da cuenta de lo desastroso del mundo al compararlo con el suyo propio. Va lanzando duras críticas contra el supuesto progreso, pues considera que este está sumiendo al mundo en una especie de absurdo. El hombre, integrado por completo en él, ha perdido todas aquellas ideas rectoras que anteriormente han sabido dirigir el espíritu humano. La escritora barcelonesa evidencia en este relato “qué duro está resultando el siglo veinte”.

El hombre ha pasado a vivir a un mundo ridículo, monótono, cotidiano; un mundo capitalista que ha sabido succionar muy bien las expectativas individuales de cada ser humano. Resulta ser un autómata que hace siempre las mismas cosas, en las mismas horas y para los mismos fines. El capitalismo resulta ser ese Dios que aplasta y ahoga a sus fieles para aprovecharse de ellos.

Tras toda esta primera reflexión que efectúa este personaje tan característico se da paso a ese proceso de inserción angustiosa, dolorosa y patética del personaje en el mundo moderno. La progresiva humanización a la que se ve expuesto evidencia la culpabilidad de los mismos seres humanos a la hora de haber generado el mundo en el que están viviendo. El vampiro conde Puigvalles, en su paso a Juan López, se torna reflejo de cada uno de nosotros; él es nuestra “extraña historia”. En el momento que ve su imagen por primera vez en el espejo, cuando deja su capa negra por ese traje blanco que su mujer le ha comprado y, especialmente, a la hora de trabajar, tener hijos, ver su foto pegada en carnets, salir de paseo a pleno sol, etc., sabe que ha quedado aprisionado por la ligaduras de la sociedad moderna. Solo le quedará, como a cualquier ser humano, la conciencia última del “dolor, la decrepitud y la muerte”. El hombre es el propio culpable de vivir una vida sin sustancia y sin ideas rectoras, sumido en el más profundo desconcierto de la vida.

Se podría enfocar esta historia, narrada desde la desenvoltura y la desfachatez, desde la ironía y el escepticismo, como una protesta ante la crueldad que la sociedad capitalista tiene con ella misma, sociedad que degenera en sus propios desperdicios. Polémica, ruptura, revolución de todo aquello que significaría someterse, pero es innegable el trauma que ocasiona ser despersonalizado por una sociedad violenta y cruel.

Ana María Moix, al presentarnos esta historia que se aleja de los cánones literarios realistas, demuestra como el hombre moderno no se acaba de creer a sí mismo porque participa de una “inexplicable, inesperada, absurda y abusiva civilización que, según parece, progresa”. 

LIDIA RECUENCO HITA

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