Siempre se ha
considerado que el ser humano, lamentable o afortunadamente, está sometido a
las reglas de una sociedad, en la cual tiene que vivir y desarrollarse en la
medida de sus posibilidades. En “Yo soy tu extraña historia”, de Ana María
Moix, se plantea, de una manera más bien jocosa y desenfadada, la historia de
un narrador-protagonista instalado en una sociedad ajena a él, pero a la que ha
de adaptarse sin más remedio. La autora ha sabido plantear el tema de una
estructura social moderna, capaz de absorber al ser humano y sumirlo en un
estado de inmovilidad y decrepitud, y lo hace a través de un estilo sencillo,
claro, irónico y con rasgos de humor descarnado, humor que no obliga a esbozar
una ligera sonrisa ante la contemplación de tan desconcertante e ilógica
realidad.
Es clara, pues, la
preocupación por un momento de la Historia en el que el hombre ha pasado a ser
un engranaje más de la gran fábrica del mundo. Este ser descontextualizado de
su mundo mítico, mundo de fantasía y de misterio, intenta sobrevivir e
integrarse en la vida moderna, vida cotidiana y aplastante en la medida que nos
ata y nos inmoviliza.
Desde el principio de
esta carta, el narrador se da cuenta de lo desastroso del mundo al compararlo
con el suyo propio. Va lanzando duras críticas contra el supuesto progreso,
pues considera que este está sumiendo al mundo en una especie de absurdo. El
hombre, integrado por completo en él, ha perdido todas aquellas ideas rectoras
que anteriormente han sabido dirigir el espíritu humano. La escritora
barcelonesa evidencia en este relato “qué duro está resultando el siglo veinte”.
El hombre ha pasado a
vivir a un mundo ridículo, monótono, cotidiano; un mundo capitalista que ha
sabido succionar muy bien las expectativas individuales de cada ser humano. Resulta
ser un autómata que hace siempre las mismas cosas, en las mismas horas y para
los mismos fines. El capitalismo resulta ser ese Dios que aplasta y ahoga a sus
fieles para aprovecharse de ellos.
Tras toda esta primera
reflexión que efectúa este personaje tan característico se da paso a ese
proceso de inserción angustiosa, dolorosa y patética del personaje en el mundo
moderno. La progresiva humanización a la que se ve expuesto evidencia la
culpabilidad de los mismos seres humanos a la hora de haber generado el mundo
en el que están viviendo. El vampiro conde Puigvalles, en su paso a Juan López,
se torna reflejo de cada uno de nosotros; él es nuestra “extraña historia”. En
el momento que ve su imagen por primera vez en el espejo, cuando deja su capa
negra por ese traje blanco que su mujer le ha comprado y, especialmente, a la
hora de trabajar, tener hijos, ver su foto pegada en carnets, salir de paseo a
pleno sol, etc., sabe que ha quedado aprisionado por la ligaduras de la
sociedad moderna. Solo le quedará, como a cualquier ser humano, la conciencia última
del “dolor, la decrepitud y la muerte”. El hombre es el propio culpable de
vivir una vida sin sustancia y sin ideas rectoras, sumido en el más profundo
desconcierto de la vida.
Se podría enfocar esta
historia, narrada desde la desenvoltura y la desfachatez, desde la ironía y el
escepticismo, como una protesta ante la crueldad que la sociedad capitalista
tiene con ella misma, sociedad que degenera en sus propios desperdicios. Polémica,
ruptura, revolución de todo aquello que significaría someterse, pero es
innegable el trauma que ocasiona ser despersonalizado por una sociedad violenta
y cruel.
Ana María Moix, al
presentarnos esta historia que se aleja de los cánones literarios realistas,
demuestra como el hombre moderno no se acaba de creer a sí mismo porque
participa de una “inexplicable, inesperada, absurda y abusiva civilización que,
según parece, progresa”.
LIDIA RECUENCO HITA
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