sábado, 13 de julio de 2013

LA POÉTICA BECQUERIANA: "Rimas", 'Yo sé un himno gigante y extraño', y sus “Cartas literarias a una mujer” .


Bécquer, en la primera de sus rimas, establece la conexión entre el mundo y aquello que para él forma parte de la expresión poética. La poesía es aquello inefable que es dado al poeta, pues es el poseedor de la visión poética –nótese la concepción nueva de “poeta visionario” para la poesía española-. El poeta alcanza la poesía mediante la expresión poética; no obstante, es insuficiente para captar la esencialidad de la poesía del mundo.

Desde el primer verso, “Yo sé un himno gigante y extraño”, el poeta sabe y se reconoce como el único capaz de percibir la esencia poética que encarna el universo. Descubrimos que él lleva dentro de sí esa poesía absoluta que encade los misterios del universo. Ese “yo” presente, que encarna la seguridad de su posesión poética en el mundo, demuestra la individualidad que marca el espíritu romántico. Bécquer, “un yo encerrado en sí mismo”, descubre que tiene la capacidad de montar con palabras las estructuras poéticas que el universo le ofrece; estructuras atípicas y misteriosas que, por ello, reducen a poesía el mundo. El poeta es, pues, el visionario del mundo, el que crea paralelismos que enlazan las esencias poéticas de una nueva realidad trascendental con la realidad material y circundante.

No obstante, el poeta siente la impotencia a la hora de poder expresar esas sensaciones poéticas que intuye, porque se ve sujeto a las cadenas de las palabras al confesarnos: “Yo quisiera escribirle, del hombre / domando el rebelde, mezquino idioma”. Vemos, pues, la concepción más material de la palabra que reduce a cuerpo y tierra las realidades que con ellas se expresan. Sabe que el mundo poético se reduce a una serie de realidades etéreas, incorpóreas; realidades a las que no son dadas las cadenas de las palabras. Sabe que la poesía no es algo material, y sí cúmulos de sensaciones comprendidas entre la capacidad sensitiva y racional del hombre. Por ello, la única manera de poder expresar la poesía es a través de un lenguaje de sensaciones que recreen las esencias poéticas del mundo. El poeta llega a decepcionarse, pues sabe que no hay símbolo que abarque la esencia poética. La razón no es capaz de encerrar la palabra poética, la palabra que dibuja sensaciones…

La palabra poética para Bécquer ha de ser aquello que pueda expresar el ánima poética de sensaciones y de realidades volátiles, y es una palabra que encierra en sí misma todas las conexiones con la realidad absoluta. Busca, pues, una palabra que sea capaz de escapar de su materialidad y convertirse ella misma en el alma del mundo. “Pero en vano es lucha”, dice Bécquer, pues es consciente de los límites del lenguaje. Por ello, aspira a trazar conexiones que lo aproximan a lo inefable, trazos dados por el lenguaje de las sensaciones y de las sugerencias.

De ahí que se afirme que la poesía es aquello inabarcable, aquello que es de difícil definición porque lo que en ella se pretende es captar las cosas imperceptibles, las sensaciones claramente inefables del poeta. Entra, por ello, el elemento razón como aquello que modula o intenta trabajar las sensaciones que acrecientan la realidad del poeta. A través del lenguaje se establece la comunicación de sensaciones. Igual que el amor, la poesía mecaniza el drama interior del alma del poeta para convertirlo en fruto recíproco del que lo escucha. El sentimiento, pues, será una de las raíces que dan forma a la poesía:

En aquel momento di aquella definición porque la sentí.[1]

Bécquer no entiende la poesía como un arrebato inesperado de los sentimientos, no entiende el galope furioso de la inspiración. Considera que la poesía surge de un trabajo constante, donde entran en juego un continuo de elementos. Es cierto, primero se siente, porque es de allí de donde nace la poesía; pero esta no se estanca aquí, sino que la razón entra en juego para intentar coordinar los elementos que caracterizan la expresión de los sentimientos. Por tanto, primero siente y luego, razona. La poesía nace de la idea, cuya raíz estriba en los sentimientos y la mujer. El poeta ha de intentar dar forma configurando la expresión poética a través de unas palabras surgidas del pensamiento. Componer significa un proceso que va del interior al exterior, de los sentidos al pensamiento:

El que siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estadio del saber y pasa.[2]

La poesía, pues, no constituye una forma hermética, obtusa, concluida y cerrada a partir de preceptos y reglas. Es el trabajo mental de la expresión más interiorizada. Rechazará, por tanto, la poesía encorsetada de erudición, de forma por forma, porque para él la poesía ha de ser emanación del alma.

Este carácter interior de la poesía becqueriana confiere a sus textos la tonalidad intimista que facilita la comunicación mediante un proceso intuitivo que pone en marcha la capacidad enunciadora y receptiva de los dos sujetos. En Bécquer encontraremos, pues, un lenguaje emanado de la intuición; un lenguaje comunicativo, consciente de la palabra poética. De ahí que confiese “quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión”.

Bécquer establece la siguiente igualdad: poesía = sentimiento = mujer. Y lo hace porque, muy del gusto romántico, considera la figura femenina como la representante de los instintos, de lo interior, de los sentimientos. Por ello, será la expresión poética, incorpórea, intangible, inefable…, claros preceptos románticos del ideal femenino. Diferencia, a su vez, al menos la predisposición hacia ella, en el hombre y en la mujer. La poesía es la mujer por su carácter sentimental, es inherente a ella. Se convierte, pues, en belleza misma de la mujer, una belleza inspirada por los sentimientos y reflejada en la esencia femenina. Para el hombre la poesía no es natural, sino la idea ya razonada; no es intuición, sino el paradigma de su espíritu. En cambio, la mujer forma parte de la poesía, porque ella lo es:

En la mujer, por el contrario, la poesía está como encarnada en su ser; su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y su destino son poesía; vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfera de idealismo que se desprende de ella como un fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el verbo poético hecho carne.[3]

Por tanto, Bécquer ve en la mujer el claro paradigma de esta voz interior al ser ella “personificación del sentimiento”. La poesía será igual al amor al intentar emular un proceso interno, de ahí que sea muy difícil dar con la definición concreta.

El poeta no concibe la escritura como un arranque directo de los sentidos y las sensaciones. Es cierto que de aquí nace el proceso: sensación – inspiración – reposo – expresión poética. El momento en el que sientes las emociones se confunde con el mismo estado del hombre, se camuflan y se hacen herméticas, difíciles de expresar. Bécquer habla de “rudo choque de las sensaciones producidas por la pasión y los afectos”. En estos momentos, la poesía no sería más que copia de sensaciones que se confunden. Sólo el poeta es capaz de macerar las sensaciones y darles la consistencia poética a través de la memoria, a través de la reflexión.

Cuando siento, no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al pasar; éstas, ligeras y ardientes, HIJAS DE LA SENSACIÓN, duermen allí agrupadas en el fondo de mi memoria, hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas transparentes que bullen con un zumbido extraño, y cruzan otra vez a mis ojos como en una visión luminosa y magnífica.[4]

La poesía es la máscara de los sentimientos, la memoria de lo que se ha sentido: “No siempre la verdad es lo más sublime”. La grandilocuencia de las palabras y las expresiones, la retórica de la forma, evidencia el estado exaltado del poeta a la hora de escribir. La escritura diáfana, serena, de timbre sosegado y comunicativo, es la escritura de la reflexión, de los sentimientos en remanso. Bécquer, pues, pasa a hablar de la dificultad del lenguaje para poder comunicar el sentimiento y las pasiones. Las palabras son el yugo que atan a los sentimientos, pues no puede abarcar toda la expresión poética. Tacha, en definitiva, al idioma de deleznable por querer circunscribir la expresión del sentimiento:

¿Cómo la palabra, cómo un idioma grosero y mezquino, insuficiente a veces para expresar las necesidades de la materia, podrá servir de digno intérprete entre dos almas? IMPOSIBLE.[5]

La poesía se convertirá en el lenguaje adecuado para establecer las correspondencias entre el universo y el hombre.

Bécquer plantea el amor como la causa del sentimiento. Será uno de los temas por excelencia de su poesía. Luchará por poder expresarlo. Sabe que es difícil llegar a la expresión exacta de ese sentimiento, porque surge de un arrebato interior que no logra dominar. Y, como no lo puede dominar, tampoco puede controlar la expresión de ese sentimiento, y se plantea por boca de ella: “¿No hablan de él a cada paso, gentes que no aún lo conocen? ¿Por qué no has de hablar tú, tú, que dices que lo sientes?” Por tanto, lo que se siente en estado puro, sin ser reflexionado, no se puede expresar. De ahí la dificultad de poetizar el verdadero sentimiento amoroso; de ahí la lucha continua con el idioma por no poder, por no saber expresarlo.

¿Quieres saber lo que es el amor? Recógete dentro de ti misma, y si es verdad que lo abrigas en tu alma, siéntelo y lo comprenderás, pero no me lo preguntes.[6]

Para Bécquer, pues, el amor es “el origen de esos mil pensamientos desconocidos que todos ellos son poesía, poesía verdadera y espontánea que la mujer no sabe formular, pero que siente y comprende mejor que nosotros.”[7] La poesía, en definitiva, captará el instante, las sensaciones y lo desconocido.
 
LIDIA RECUENCO HITA



[1] GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, Rimas y declaraciones poéticas, Espasa Calpe (Austral),  Madrid, 1994,  p. 227
[2] Ob. cit., nota 1, p. 228
[3] Ob. cit., nota 1, p. 230-231
[4] Ob. cit., nota 1, pp. 232-233.
[5] Ob. cit., nota 1, pp. 235.
[6] Ob. cit., nota 1, pp. 241.
[7] Ob. cit., nota 1, pp. 241.

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