Bécquer,
en la primera de sus rimas, establece la conexión entre el mundo y aquello que
para él forma parte de la expresión poética. La poesía es aquello inefable que
es dado al poeta, pues es el poseedor de la visión poética –nótese la
concepción nueva de “poeta visionario” para la poesía española-. El poeta
alcanza la poesía mediante la expresión poética; no obstante, es insuficiente
para captar la esencialidad de la poesía del mundo.
Desde
el primer verso, “Yo sé un himno gigante y extraño”, el poeta sabe y se
reconoce como el único capaz de percibir la esencia poética que encarna el
universo. Descubrimos que él lleva dentro de sí esa poesía absoluta que encade
los misterios del universo. Ese “yo” presente, que encarna la seguridad de su
posesión poética en el mundo, demuestra la individualidad que marca el espíritu
romántico. Bécquer, “un yo encerrado en sí mismo”, descubre que tiene la
capacidad de montar con palabras las estructuras poéticas que el universo le
ofrece; estructuras atípicas y misteriosas que, por ello, reducen a poesía el mundo. El poeta es, pues, el
visionario del mundo, el que crea paralelismos que enlazan las esencias
poéticas de una nueva realidad trascendental con la realidad material y
circundante.
No
obstante, el poeta siente la impotencia a la hora de poder expresar esas
sensaciones poéticas que intuye, porque se ve sujeto a las cadenas de las
palabras al confesarnos: “Yo quisiera escribirle, del hombre / domando el rebelde,
mezquino idioma”. Vemos, pues, la concepción más material de la palabra que
reduce a cuerpo y tierra las realidades que con ellas se expresan. Sabe que el
mundo poético se reduce a una serie de realidades etéreas, incorpóreas;
realidades a las que no son dadas las cadenas de las palabras. Sabe que la
poesía no es algo material, y sí cúmulos de sensaciones comprendidas entre la
capacidad sensitiva y racional del hombre. Por ello, la única manera de poder
expresar la poesía es a través de un lenguaje de sensaciones que recreen las
esencias poéticas del mundo. El poeta llega a decepcionarse, pues sabe que no
hay símbolo que abarque la esencia poética. La razón no es capaz de encerrar la
palabra poética, la palabra que dibuja sensaciones…
La
palabra poética para Bécquer ha de ser aquello que pueda expresar el ánima
poética de sensaciones y de realidades volátiles, y es una palabra que encierra
en sí misma todas las conexiones con la realidad absoluta. Busca, pues, una
palabra que sea capaz de escapar de su materialidad y convertirse ella misma en
el alma del mundo. “Pero en vano es lucha”, dice Bécquer, pues es consciente de
los límites del lenguaje. Por ello, aspira a trazar conexiones que lo aproximan
a lo inefable, trazos dados por el lenguaje de las sensaciones y de las sugerencias.
De
ahí que se afirme que la poesía es aquello inabarcable, aquello que es de
difícil definición porque lo que en ella se pretende es captar las cosas
imperceptibles, las sensaciones claramente inefables del poeta. Entra, por
ello, el elemento razón como aquello que modula o intenta trabajar las
sensaciones que acrecientan la realidad del poeta. A través del lenguaje se
establece la comunicación de sensaciones. Igual que el amor, la poesía mecaniza
el drama interior del alma del poeta para convertirlo en fruto recíproco del
que lo escucha. El sentimiento, pues, será una de las raíces que dan forma a la
poesía:
En aquel momento di aquella
definición porque la sentí.[1]
Bécquer
no entiende la poesía como un arrebato inesperado de los sentimientos, no
entiende el galope furioso de la inspiración. Considera que la poesía surge de
un trabajo constante, donde entran en juego un continuo de elementos. Es
cierto, primero se siente, porque es de allí de donde nace la poesía; pero esta
no se estanca aquí, sino que la razón entra en juego para intentar coordinar
los elementos que caracterizan la expresión de los sentimientos. Por tanto,
primero siente y luego, razona. La poesía nace de la idea, cuya raíz estriba en
los sentimientos y la mujer. El poeta ha de intentar dar forma configurando la
expresión poética a través de unas palabras surgidas del pensamiento. Componer
significa un proceso que va del interior al exterior, de los sentidos al
pensamiento:
El que siente se apodera de una
idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estadio del saber y pasa.[2]
La
poesía, pues, no constituye una forma hermética, obtusa, concluida y cerrada a
partir de preceptos y reglas. Es el trabajo mental de la expresión más
interiorizada. Rechazará, por tanto, la poesía encorsetada de erudición, de
forma por forma, porque para él la poesía ha de ser emanación del alma.
Este
carácter interior de la poesía becqueriana confiere a sus textos la tonalidad
intimista que facilita la comunicación mediante un proceso intuitivo que pone
en marcha la capacidad enunciadora y receptiva de los dos sujetos. En Bécquer
encontraremos, pues, un lenguaje emanado de la intuición; un lenguaje
comunicativo, consciente de la palabra poética. De ahí que confiese “quiero
decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión”.
Bécquer
establece la siguiente igualdad: poesía = sentimiento = mujer. Y lo hace
porque, muy del gusto romántico, considera la figura femenina como la
representante de los instintos, de lo interior, de los sentimientos. Por ello,
será la expresión poética, incorpórea, intangible, inefable…, claros preceptos
románticos del ideal femenino. Diferencia, a su vez, al menos la predisposición
hacia ella, en el hombre y en la mujer. La poesía es la mujer por su carácter
sentimental, es inherente a ella. Se convierte, pues, en belleza misma de la
mujer, una belleza inspirada por los sentimientos y reflejada en la esencia
femenina. Para el hombre la poesía no es natural, sino la idea ya razonada; no
es intuición, sino el paradigma de su espíritu. En cambio, la mujer forma parte
de la poesía, porque ella lo es:
En la mujer, por el contrario, la
poesía está como encarnada en su ser; su aspiración, sus presentimientos, sus
pasiones y su destino son poesía; vive, respira, se mueve en una indefinible
atmósfera de idealismo que se desprende de ella como un fluido luminoso y
magnético; es, en una palabra, el verbo poético hecho carne.[3]
Por
tanto, Bécquer ve en la mujer el claro paradigma de esta voz interior al ser
ella “personificación del sentimiento”. La poesía será igual al amor al
intentar emular un proceso interno, de ahí que sea muy difícil dar con la
definición concreta.
El
poeta no concibe la escritura como un arranque directo de los sentidos y las
sensaciones. Es cierto que de aquí nace el proceso: sensación – inspiración –
reposo – expresión poética. El momento en el que sientes las emociones se
confunde con el mismo estado del hombre, se camuflan y se hacen herméticas,
difíciles de expresar. Bécquer habla de “rudo choque de las sensaciones
producidas por la pasión y los afectos”. En estos momentos, la poesía no sería
más que copia de sensaciones que se confunden. Sólo el poeta es capaz de
macerar las sensaciones y darles la consistencia poética a través de la
memoria, a través de la reflexión.
Cuando siento, no escribo. Guardo,
sí, en mi cerebro escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que
han dejado en él su huella al pasar; éstas, ligeras y ardientes, HIJAS DE LA
SENSACIÓN, duermen allí agrupadas en el fondo de mi memoria, hasta el instante
en que, puro, tranquilo, sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural,
mi espíritu las evoca, y tienden sus alas transparentes que bullen con un
zumbido extraño, y cruzan otra vez a mis ojos como en una visión luminosa y
magnífica.[4]
La
poesía es la máscara de los sentimientos, la memoria de lo que se ha sentido:
“No siempre la verdad es lo más sublime”. La grandilocuencia de las palabras y
las expresiones, la retórica de la forma, evidencia el estado exaltado del
poeta a la hora de escribir. La escritura diáfana, serena, de timbre sosegado y
comunicativo, es la escritura de la reflexión, de los sentimientos en remanso. Bécquer,
pues, pasa a hablar de la dificultad del lenguaje para poder comunicar el
sentimiento y las pasiones. Las palabras son el yugo que atan a los
sentimientos, pues no puede abarcar toda la expresión poética. Tacha, en
definitiva, al idioma de deleznable por querer circunscribir la expresión del
sentimiento:
¿Cómo la palabra, cómo un idioma
grosero y mezquino, insuficiente a veces para expresar las necesidades de la
materia, podrá servir de digno intérprete entre dos almas? IMPOSIBLE.[5]
La
poesía se convertirá en el lenguaje adecuado para establecer las
correspondencias entre el universo y el hombre.
Bécquer
plantea el amor como la causa del sentimiento. Será uno de los temas por
excelencia de su poesía. Luchará por poder expresarlo. Sabe que es difícil
llegar a la expresión exacta de ese sentimiento, porque surge de un arrebato
interior que no logra dominar. Y, como no lo puede dominar, tampoco puede
controlar la expresión de ese sentimiento, y se plantea por boca de ella: “¿No
hablan de él a cada paso, gentes que no aún lo conocen? ¿Por qué no has de
hablar tú, tú, que dices que lo sientes?” Por tanto, lo que se siente en estado
puro, sin ser reflexionado, no se puede expresar. De ahí la dificultad de
poetizar el verdadero sentimiento amoroso; de ahí la lucha continua con el
idioma por no poder, por no saber expresarlo.
¿Quieres saber lo que es el amor? Recógete
dentro de ti misma, y si es verdad que lo abrigas en tu alma, siéntelo y lo
comprenderás, pero no me lo preguntes.[6]
Para
Bécquer, pues, el amor es “el origen de esos mil pensamientos desconocidos que
todos ellos son poesía, poesía verdadera y espontánea que la mujer no sabe
formular, pero que siente y comprende mejor que nosotros.”[7] La
poesía, en definitiva, captará el instante, las sensaciones y lo desconocido.
LIDIA RECUENCO HITA
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